Sé
que tú también lo sientes, tan profundo y voraz, en esos momentos en que ya no
escuchas nada y el silencio pesado y espeso cae encima de tus hombros
cortándote el aliento. Nos comprime sobre nosotros mismos y sólo queremos gritar
expandiendo los brazos, romper el aire cristalizado alrededor de nuestra carne,
atraído inclementemente por el vacío, tan profundo y voraz, que con tanta prisa y
desesperación pretendemos llenar en cada una de nuestras pequeñas acciones; o intentamos
por lo menos ignorar.
Es
en el pecho que, yo lo sé, tú también lo sientes. Cuando todo calla, cuando
nada se mueve y te quedas sin pretextos para olvidarlo. Es entonces que lo
siento cristalizar el aire y me sofoca, y es con esta tinta que grito
expandiendo los brazos. Y es cuando el cristal rechaza el quebranto que el
silencio se sublima con tu voz llamando mi nombre, regalándonos de nuevo una
excusa para olvidarlo todo, al menos por un instante que se eterniza en tus
labios.